Se realizó el III Congreso de Ingeniería Pesquera en la sede de la UTN Mar del Plata. Se realizaron talleres, presentaciones de proyectos de investigación vinculados con la industrialización de los productos pesqueros y charlas en las que expusieron docentes de la universidad y referentes del sector de segunda y tercera generación.
Durante las tres jornadas del III Congreso de Ingeniería Pesquera en la sede de la UTN Mar del Plata, entre el 5 y el 7 de diciembre, se realizaron talleres sobre acuicultura, tratamiento de efluentes líquidos en la industria pesquera, parásitos en peces de interés comercial y evaluación de la frescura y calidad del pescado. También hubo exposiciones sobre proyectos relacionados con el desarrollo de nuevos productos y la incorporación de nuevas tecnologías para mejorar el aprovechamiento de los recursos y mejorar la calidad de los productos. Hubo también varias charlas entre las que se destacaron las relacionadas con la cuestión de género en la industria, las experiencias de las segundas y terceras generaciones de referentes del sector, ponencia que contó con la presencia de Ayelén Fortunato, Antonio Solimeno y Antonio Di Scala.
La exposición de la investigadora del CONICET Romina Cutuli en el panel sobre perspectiva de género fue la presentación más interesante por su abordaje de la temática no solo desde el punto de vista de la inclusión de la mujer sino de los mecanismos de disciplinamiento que se aplican una vez que han logrado insertarse. También se volvió a la carga sobre un tema en el que REVISTA PUERTO se comprometió fuertemente años atrás y que hoy sigue sin resolverse: las guarderías.
“Existen mecanismos de disciplinamiento porque se cree que las mujeres no deben estar en algunos lugares, y se debe esconder la feminidad para poder sostenerse, no parecer mujeres; y eso conlleva luego un señalamiento de las trabajadoras”, señaló Cutuli, sin hacer mención de las situaciones de abuso que representan un mecanismo mucho más dramático.
Pero no solo a bordo de los barcos las mujeres encuentran problemas para su desarrollo; sino incluso en espacios donde su presencia es habitual, como las plantas de procesado, y estos tienen que ver con la crianza que por mandato cultural se mantiene como una responsabilidad casi exclusiva de las mujeres. El no poder responder a ese mandato por la naturaleza del oficio que realizan las lleva a la estigmatización como malas madres y al peso de la culpa.
“En las últimas décadas, la presencia de las mujeres es menos una excepción en el mercado laboral y un retiro en el ciclo reproductivo sigue siendo un desafío, una carga para la mujer que no tiene posibilidades de compartir y delegar en instituciones esa responsabilidad”, una situación que se complica con los horarios de trabajo en las plantas que no son compatibles con los escolares.
“Los chicos duermen en dos casas distintas en una misma noche”, señala Cutuli, una práctica habitual para no dejar a los hijos solos. Cuando no existe esa posibilidad los riesgos que se corren son mayores a un mal rendimiento escolar, como accidentes domésticos graves, o la exposición a situaciones que pueden comprometer su integridad física y psíquica.
“Hay un déficit del cuidado, deben hacerse cargo de actividades que deberían estar supervisadas, se puede considerar trabajo infantil porque están a cargo del cuidado de sus hermanos y la casa a partir de los seis años”, señaló Cutuli, concluyendo que este es un desafío que debe asumir el sector.
Segunda y tercera generación de referentes del sector
La mesa que le siguió fue la de empresarios pesqueros, pero no estuvo conformada por los actores que habitualmente ocupan estos espacios sino por sus hijos. Ayelén Fortunato que, como supo hacerlo su padre Oscar, hoy está al frente de una cámara pesquera (ALFA); Antonio Solimeno, que lleva el mismo nombre que su padre y está involucrado en la producción de la empresa y Antonio Di Scala, tercera generación del saladero de anchoas Mar Picado.
El formato, de preguntas y respuestas generado por la modeladora de la UTN, Beatriz Lupin, que también tiene una familia ligada al sector pero desde la función diplomática, fue relajado y permitió conocer la visión de las nuevas generaciones y su vinculación con la actividad.
Ayelén Fortunato fue la única que manifestó desde muy pequeña, cuatro años, su pasión por la pesca. “Aprendí a poner la hora en el reloj para despertarme a las tres y cuarto de la mañana para acompañar al muelle a mi papá que por ese entonces hacía control de calidad, no le quedó otra que llevarme”, contó. Antonio Solimeno dejó en claro que no comparte la misma “obsesión por el trabajo” que su padre y su tío, que su perfil era otro, que pensó en estudiar letras pero que al final terminó estudiando administración y hoy se dedica de lleno a la producción en la empresa familiar. Antonio Di Scala es nieto del fundador del saladero que tiene 80 años de historia; hasta la adolescencia lo único que le importaba era el rugby, pero luego tuvo que empezar a trabajar y rápidamente lo eligió.
Dos puntos coincidentes entre los tres fue su visión respecto del camino que debe seguir la industria pesquera. En primer lugar, la generación de valor agregado, dejando de ser vendedores de materia prima para que otros países la procesen. Claro que como parte activa del sector saben que hoy es imposible avanzar en ese sentido por la crítica situación macroeconómica.
“Seguimos vendiendo commodities, necesitamos agregar valor, tenemos que abrir mercados, pero tenemos que ser competitivos, tenemos todo para serlo, hay calidad de productos, de recursos humanos para hacerlo, tenemos que vender bombones, tenemos que poner ahí el foco para hacer grande esta industria”, señaló Fortunato.
“Los saladeros estamos quedando fuera del mercado, hay un precio internacional y los costos acá son cada vez más altos. Nuestra anchoa se va a otro país para ser procesada, y luego se va España para terminarla, pasa por tres países, tenemos mano de obra más cara, malas condiciones macroeconómicas y no podemos hacerlo, sería bueno tener otras medidas para poder lograrlo”, resumió Di Scala.
Solimeno dividió la actividad en extractiva y productiva, señalado que mientras la primera goza de buena salud, la segunda está sufriendo un achicamiento como consecuencia de la situación macroeconómica. Sin embargo, consideró que “cambiando algunos factores se puede dar un impulso, tenemos capacidad para hacerlo, tenemos que mejorar la pata en tierra para hacer productos de valor agregado”.
Otro punto en el que coincidieron fue en la necesidad de profesionalizar el sector, capacitando en fileteado, un oficio que consideraron se está perdiendo. Lo mismo se señaló respecto del trabajo de los descabezadores de anchoíta y no solo en rendimiento sino en formas saludables de realizar este trabajo mecánico. También se refirieron a la necesidad de formar peones y capataces, considerando una falencia del sector la ausencia de escuelas de formación en estos oficios.
Por último, al ser consultados por la situación de la mujer en la industria, no mostraron conocimiento sobre la problemática. Ayelén Fortunato, haciendo la salvedad de que en los barcos la situación es diferente, señaló que “no hay exclusión de género” y afirmó: “Los lugares se ganan, el respeto se gana, la mujer hace poco tiempo que es parte, denle el tiempo que debe tener”.
Es una pena que no hayan estado presentes en la charla que los antecedió, pero no fueron los únicos que no fueron escuchas de otras exposiciones, a la inversa ocurrió lo mismo, solo unos pocos expositores presenciaron otras ponencias, desaprovechando el rico espacio de intercambio que genera este tipo de encuentros. La presencia de actores del sector fue bajísima y se perdió la oportunidad de conocer, además, qué se está haciendo en materia de investigación para el tratamiento de la materia prima y el desarrollo de productos.
Ejemplo de ello fue el trabajo presentado por la ingeniera Alejandra Tomac de tratamiento con energía ionizante en especies pesqueras, un método físico de conservación que permite extender la vida útil de los productos, conservando sus características sensoriales originales y su condición de frescos (sin congelar); prolongar los tiempos de comercialización e inactivar microorganismos patógenos, entre otras ventajas.
Los ensayos se realizaron sobre calamar illex, pescadilla y anchoa, lográndose para el primero una extensión de la vida útil en refrigeración de 3 a 27 días. En la pescadilla, además de extenderse de 3 a 19 días la vida útil, se redujeron los recuentos de microorganismos y disminuyó su velocidad de desarrollo. Para el marinado de anchoíta se consiguió en envasado al vacío aumentar la vida útil de 6 a 20 meses.
Lo que se vio en el Congreso de Pampa Azul se repitió en este tercer congreso de la UTN: muchos jóvenes están preparándose para mejorar la industria, numerosos egresados ya están trabajando para ello y, tal como surgió en los mismos espacios de debate que este encuentro generó, una mayor y más fluida interacción en el sector industrial pesquero puede dar resultados muy positivos.